No Sex, No Drugs



Pero sí Rock and Roll. Sexo. Escenas de sexo. Cientos, miles de horas de escenas de sexo. Y drogas, qué bien lo pasamos poniéndonos hasta la azotea de drogas. Esto es el paraíso. You shook me all night long. Y nos hemos metido cuatro millones de rayas. La tierra prometida en primerísima persona.  
Oh, yeah, es el rock and roll, baby. Todo esto es lo que nos venden en sus canciones. Un Hollywood, un Disneyland para adultos. Y ahora tal vez sea el momento de hacerse la gran pregunta: ¿por qué todas esas canciones que tratan sobre sexo y drogas nos atraen tanto? Son cantos de sirena para todos nosotros, Ulises desatados.  
Otra pregunta: ¿por qué esas letras no nos hablan de disfunciones eréctiles, de gatillazos de campeonato? ¿ni siquiera de viajes chungos o de adicciones peligrosas? Sin embargo sí que relatan fracasos emocionales, oh, pobrecitos, cuánto desengaño. Aunque es cierto que así hay quien nos ha hecho creer en su honestidad, nos ha convencido con sus lamentos (1).   

Aunque, en algún momento sí que se han documentado fracasos y carencias de tipo sexual, pero siempre desde la burla (¿alguien recuerda El Burdo Rumorde La Mandrágora?) o la tercera persona. No, ricura, eso no va conmigo.




Es como si el rock vendiera su propia imagen, merchandising promocional explícito. Y funciona, vaya si funciona. De esta forma, desde jovencitos todos (o muchos de nosotros) hemos querido ser estrellas y llevar ese rok’n’roll way of life. Especialmente dicen eso de los que ejercen la crítica musical o seleccionan y pinchan música creada por otros. Live fast die young. Demasiado tarde. Tal vez ya no todos queramos formar parte del espectáculo. Tal vez sí.



Confesemos. Es absolutamente tentador pertenecer a ese selecto club de elegidos que disfrutan de la gloria y de la fama. No sólo por la pasta (que vale, que sí) y las groupies (que también) y toda esa parafernalia tan envidiable, sino porque proyectan esa imagen de hacer siempre lo que les viene en gana. Y eso, amigos, es algo que todos (sin excepción) aceptaríamos sin dudar. 
Supongo que siempre queda mejor cantar “hey, nena, pongámonos una raya y vamos a la cama, dicen que soy una máquina” que “ayer iba tan puesto que ni se me levantaba”. Y sí, es cierto, la segunda opción vende menos. Sin embargo de vez en cuando nos encontramos con alguna letra que, por lo menos, cuestiona ciertas actitudes (y jactancias) del negocio.
Y esto es una manera de acercarnos, de sentir de una forma más humana a todos los que disfrutan de ese status de profesionales del mundo de la música. Quizá las grandes estrellas sean seres inaccesibles (cualquier lector de este artículo que consiga realizar una entrevista a Bob Dylan queda automáticamente invitado a una cerveza), pero hay  muchos otros que se curran la carretera y que han elegido cerrar un montón de puertas para vivir esa vida de estudio y furgoneta. Todos ellos tendrán familia, preocupaciones laborales, algunas bocas que alimentar, dificultades sobre la decisión de seguir o no en este mundillo, etc.


Y a todos esos artistas les ofrezco mi reconocimiento y simpatía. A los que se lo curran y aportan talento y esfuerzo. A quienes consiguen vivir de la música y a quienes sacan días libres de sus ocupaciones cotidianas (trabajo, familia, estudios, amigos) para girar. A los que  graban sin saber siquiera si conseguirán editar su trabajo.
A todos los que logran que sigamos teniendo una oferta musical estupenda. Que vibremos en sus conciertos. Que no decaiga esto que llamamos rock and roll (o rock a secas, o pop, o soul, o punk, o…). A todos ellos, les doy las gracias.


Y sin embargo, esas letras que decía al principio del artículo, seguirán para siempre sonando inalcanzables para tantos jovenzuelos que las escucharán una y otra vez mientras rasgan su guitarra y sueñan con ser ellos quienes, en algún momento, lleguen a ser ídolos de masas, a vivir el peligro. Pero si alguna vez ese riesgo les estallara en la misma cara, es muy probable que no sean ellos quienes canten sobre ese asunto.
Vuelta a empezar.            
(1) Este señor que se hace llamar Eels tiene un nombre real que es Mark Oliver Everett y un pedazo de libro que os recomiendo con fervor, tomen nota: Cosas que los nietos deberían saber. Tremendo. De verdad, leedlo.
(2) La imagen que abre este artículo corresponde a la portada del discazoGentlemen, de los estupendos (e infravalorados) The Afghan Whigs.

Tejesymanejes estarán pinchando el 1 de mayo en Tempo Club (Calle del Duque de Osuna, 8. Madrid) y el 17 de mayo en FotomatonBar (Plaza Conde de Toreno, 2. Madrid)



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